A todos ellos suele denominárselos promotores teatrales, o “impresarios”, porque saben acertadamente que pueden atraer la atención mundial matando un número de personas inocentes simultáneamente, o simplemente corriendo desnudos en un espectáculo deportivo.
Y están en lo cierto. Ante sucesos como los mencionados, sobre todo los que involucran muertes, los medios de comunicación parecen adoptar con cierta docilidad el rol que a priori les asignan los impresarios: Realizar una cobertura en extremo abundante con una connotación emocional intensa, agravada porque no suelen ponerlos en contexto con referencias históricas ni con estadísticas, ni tampoco suelen hacer un seguimiento de los eventos por ellos cubiertos en el pasado.
En cuánto a los hinchas desnudos, los medios ya saben que la mejor contra táctica es ignorarlos, no mostrarlos en pantalla, en un interesante intento de disuasión.
El terrorismo y los asesinos desbocados generan una cifra insignificante de muertes frente a las de homicidios, guerras y genocidios, pero provocan en las personas un temor desproporcionado a sufrir un daño y también una obsesión con la pérdida de la propia civilización, aunque ambas amenazas sean remotas. Este tipo de reacciones desmedidas constituyen todo un interrogante.
Las personas llegan a imaginar los peores escenarios cuando se sienten amenazadas e inseguras: sucesos incontrolables, catastróficos, devastadores, indiscriminados – no se sabe a quién le puede tocar -, etc. Pero estos panoramas no serían más que ilusiones, resultado de la combinación de poca claridad perceptiva y un estado emocional intenso. La ciencia cognitiva sugiere que las ilusiones son un “legado de viejos circuitos cerebrales que evolucionaron en sociedades sin capacidad aritmética, como la mejor guía para distribuir las vigilancias”. La exageración de las amenazas y el pánico que traen asociado serían un potente motivador para que las personas se comprometan con la vigilancia cuando no se comprenden del todo los peligros.
Afortunadamente las sociedades actuales dominan la aritmética, las estadísticas y llevan registros históricos. Una contra táctica útil para disuadir al terrorista y al asesino desbocado parece ser entonces inhibir esas ilusiones, esas adaptaciones o estrategias estables evolutivas tan útiles antaño pero devastadoras en la actualidad, que provocan en las personas temores y obsesiones si bien no infundados sí exagerados.
Se ha propuesto que una posible forma de disuadir al terrorista y al asesino desbocado es recurrir a la misma lógica con que se disuade al hincha desnudo, “no mostrarlo por TV”:
Una difusión del evento menos abundante y puesta en contexto histórico y estadístico por parte de los medios de comunicación, evitaría la percepción exagerada de amenaza o de crisis existencial.
A igual táctica igual contra táctica.