Ante el desmadre de la vida social en cuestiones tan variadas como las que van desde la inseguridad y la corrupción hasta no respetar las normas de tránsito, hacer trampas con los impuestos y reclamar prestaciones a las que no se tiene derecho, la primera aproximación de la gente y de los comunicadores sociales al problema es poner el énfasis en la ausencia del estado: El estado y las fuerzas de seguridad sólo aparecen cuando los hechos ya se consumaron.

Una segunda aproximación al problema, que parece no ser siempre considerada, sería el grado de acatamiento por parte de los ciudadanos de las normas sociales. La mayoría de ellas son normas tácitas con contenido moral (violarlas es inmoral) que regulan las relaciones familiares, con amigos, comunales, de autoridad o de intercambio. De éstas muchas son innatas, se aplican instintivamente,  e incluyen las intuiciones, emociones y prácticas sociales que las mantienen. Se centran básicamente en la solidaridad, el poder y la cooperación. Otras normas tácitas no son innatas pero ya han sido internalizadas por las personas llegando a conformar una segunda naturaleza, por lo que también se aplican instintivamente.

Pero hay otro conjunto que conforma un sistema de normas elaboradas racionalmente e implementadas mediante reglas formales; es un sistema racional-legal. Algunos  ejemplos serían las normas de coordinación como circular por la derecha, los protocolos de internet o el uso de dinero. Otros serían pagar los impuestos, usar el cinturón de seguridad, no reclamar prestaciones a las que no se tiene derecho o pagar los pasajes cuando se usa el transporte público.

Gobernar un sistema complejo como un país es, entre otras cosas, ocuparse de las relaciones entre los elementos que lo componen. En particular de cuánto y cómo interactúan las personas, tanto físicas como jurídicas. Pero el fenómeno de la explosión de la combinatoria expone como un absurdo lógico pretender gestionar un país basándose en el control exhaustivo de todas las relaciones posibles, incluidas las sociales. Es un número inconmensurable de modo que la administración del orden en una sociedad dependería de manera sustancial del grado de internalización por parte de sus ciudadanos de las normas sociales no innatas, incluidas las establecidas formalmente. Sería imprescindible que los ciudadanos las respetasen instintivamente, sumándolas al conjunto de normas sociales moralizadas (violarlas es inmoral). A decir del antropólogo Alan Fiske, éste último sistema conformaría una moralidad utilitarista cuyo objetivo es garantizar el máximo bien para el mayor número de personas.

Las normas sociales internalizadas constituyen gran parte del capital social de un país, más importante quizá para su prosperidad que sus recursos físicos. En el caso de Argentina, el capital social parece no alcanzar la masa crítica necesaria para viabilizar su gobernabilidad. Es notorio, casi evidente, que la gente cree que está bien hacer trampas con los impuestos, reclamar prestaciones a las que no se tiene derecho o eludir a los cobradores en el tren. Ni qué decir de apropiarse indebidamente de los bienes públicos o privados. Revertir esto debería involucrar a toda la sociedad, ciudadanos y estado, comprometiéndose con el desarrollo del capital social recurriendo a la sensibilización sobre el tema, a la educación apuntando a incrementar la capacidad de razonamiento abstracto, y al control, tanto social como estatal.

La alternativa a la carencia de capital social sería un estado y fuerzas de seguridad descomunales. Esto no sólo sería inviable económicamente sino que de todas formas no lograría su cometido. Dada la naturaleza de la explosión de la combinatoria no habría estado ni fuerzas de seguridad que alcancen y, en consecuencia, la gente y los comunicadores sociales seguirían con su reclamo de ausencia del estado.

La gobernabilidad sólo es posible cuando se logra una solución de compromiso entre ambas estrategias: Presencia del estado y una significativa internalización de las normas sociales por parte de los ciudadanos de manera de no tener que estar controlandolos por todo y todo el tiempo.